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MÓNICA
 

La primera vez que hable contigo fue por teléfono, cuando llamabas preguntando por mi hermano. Yo ya sabía quien eras porque te conocía de vista del “Itu”… pero fue en esas breves conversaciones telefónicas donde por fin te puse la voz.


 
 

Después viniste al grupo, siempre recordaré ese primer campamento de Semana Santa y tu silueta a caballo ¡Menudo cowboy! Rebotando y rebotando en tu silla de montar, con un caballo rebelde que se pasaba todo el día comiendo y que siempre se salía de la fila buscando nuevos horizontes o la hierba más sabrosa. Tal vez era una premonición y eras tú quién le trasmitías a tu montura ese afán de experimentar sensaciones nuevas.
Nos hicimos “adolescentes” y comenzamos nuestra andadura de bares, chupitos, sidras en el “hórreo” y trasnochadas…pero nunca dejamos de lado nuestras salidas a la montaña. Es ahí donde uno se conoce mejor, donde se comparten además de experiencias inolvidables, anécdotas divertidas y paisajes espectaculares, otras sensaciones tal vez no tan agradables como sed, hambre o cansancio, y hay que aprender a ser generoso. Tú siempre lo has sido, tanto en lo material, compartiendo la poca agua que te quedara, esa onza de chocolate o las “apetitosas” perdices escabechadas que teñían la nieve de color… como en lo espiritual, con palabras de aliento y ánimo. Eso te ha hecho ser un extraordinario compañero, pero sobretodo un gran amigo.
No me quiero olvidar de ese ambiente íntimo de la noche, donde arropados por las estrellas, sobre todo por las de Gredos, ¡que bonito es el cielo de Gredos! ¿Verdad?, puedes estar hablando horas y horas de temas que seguramente nunca surgirían en la barra de ningún bar. Y aunque eres persona más bien poco habladora en el gentío, cuando estás en la montaña se te suelta un poco más la lengua, y si ese día estás más silencioso, el eco de tú risa siempre se deja oír y tus miradas acompañan las conversaciones y forman parte de ellas.
Poco a poco empezaste a coger técnica y nivel, y comenzaste tu andadura en solitario, pero aún así, siempre has tenido un hueco para un pequeño paseo por la sierra, cada vez menos, eso sí, porque la pedriza te atraía como a una lagartija el sol. Sin embargo no te has perdido ni una sola sesión de diapos y videos, ya podías haber corrido el MAPOMA que tú estabas allí, descoyuntado en el sillón y soportando con humor y algún “andaaaa” mis pequeños “piques”.
Y entre charlas, risas y miradas hemos compartido nuestros diferentes sueños, disfrutando simplemente del hecho de estar juntos.

Mónica



Mario | Santi